sábado, 6 de junio de 2009

Antología de romances

ANTOLOGÍA DE ROMANCES

El enamorado y la muerte

Un sueño soñaba anoche
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
Que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
las puertas están cerradas,
Ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante:
la muerte que Dios te envía.
-¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
-Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
-¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida
Mi padre no fue al palacio,
Mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
-Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte, que allí venía:
-Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.
……………………………………………

Romance primero del Cid
Dice cómo el Cid vengó a su padre

Pensativo estaba el Cid
viéndose de pocos años
para vengar a su padre
atando al conde Lozano;
miraba al bando temido
del poderoso contrario
que tenía en las montañas
mil amigos asturianos;
miraba cómo en la corte
de ese buen rey don Fernando
era su voto el primero,
y en guerra el mejor su brazo;
todo le parece poco
para vengar este agravio,
el primero que se ha hecho
a la sangre de Laín Calvo;
no cura de su niñez,
que en el alma del hidalgo
el valor para crecer
no tiene en cuenta los años.
Descolgó una espada vieja
de Mudarra el castellano,
que estaba toda mohosa
por la muerte de su amo.
Haz cuenta, valiente espada
que es de Mudarra mi brazo
y que con su brazo riñes
porque suyo es el agravio.
Bien puede ser que te corras
de verte así en la mi mano,
mas no te podrás correr
de volver a tras un paso.
Tan fuerte como el primero
segundo dueño haz cobrado;
y cuando alguno te venza
del torpe hecho enojado,
hasta la cruz en mi pecho
te esconderé muy airado.
Vamos al campo
que es hora
de dar al conde Lozano
el castigo que merecen
tan infame lengua y mano.
Determinado va el Cid,
y va tan determinado
que en espacio de una hora
mató al conde y fue vengado.


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Romances del Ciclo Carolingio
Muerte de Durandarte

¡Oh, Belerma, oh, Belerma!
Por mi mal fuiste engendrada,
que siete años te serví
sin alcanzar de ti nada,
y agora que me querías
muero yo en esta batalla.
No me pesa de mi muerte,
aunque temprano me llama,
más pésame que de verte
y de servirte dejaba.
¡Oh, mi primo Montesinos!
lo postrero que os rogaba,
que cuando yo fuese muerto
y mi ánima arrancada,
vos llevéis mi corazón
vos llevéis mi corazón
adonde Belerma estaba,
servidla de mi parte
como de vos esperaba.
¡Montesinos, Montesinos!
Mal me aqueja esta lanzada,
traigo grandes las heridas,
mucha sangre derramada,
los extremos tengo fríos,
el corazón me desmaya.
Ojos que no vieron ir,
no nos verán más en Francia.
Abracéisme, Montesinos,
que ya se me sale el alma,
de mis ojos ya no veo,
la lengua tengo turbada
(…)

Romances de Bernardo del Carpio
Romance primero.
Del nacimiento de Bernardo y
prisión del conde don Sancho Díaz.
En los reinos de León
el Casto Alfonso reinaba,
hermosa hermana tenía,
doña Jimena se llama.
Enamorárase de ella
ese conde de Saldaña,
mas no vivía engañado,
porque la infanta lo amaba.
Muchas veces fueron juntos,
que nadie lo sospechaba;
de las veces que se vieron,
la infanta encinta quedaba;
de ella naciera un infante
como la leche y la grana.
Bernardo le puso nombre,
por la su desdicha mala;
Mientras empañaba al niño
“¿Para qué naciste, hijo,
De madre tan desdichada?
Para mí y para tu padre
Eres amor y desgracia.”
El buen rey desque lo supo
Mandó en claustro encerrarla
Y mandó prender al conde
En Luna la torreada.



Romances Fronterizos o Moriscos

Romance de Abenámar y el rey Don Juan
-¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.
Estaba la mar en calma,
La luna estaba crecida;
Moro que en tal signo nace
No debe decir mentiras.
-No te las diré señor,
aunque me cueste la vida.
-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué ¿Quécastillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
-El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita;
los otros los Alixares,
El moro que los labraba,
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados
el rey le quitó la vida,
porque no labre otros tales
al rey del Adalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
el otro Generalife,
huerta que par no tenía.
Allí hablara el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tu quisieras, Granada,
contigo me casaría;
dárete en arras y dote
A Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
-Échenme acá mis lombardas,
Doña Sancha y Doña Elvira;
(…)