Dije a aquel Paqui:
-Procurá no morirte. A la tarde te ayudaré. Había llovido mucho por esos días y los camiones no habían podido entrar en el pueblo. Renegaban los camioneros a causa de la lluvia; renegaban, por tanta agua.
Yo no conocía a Paqui. Lo creí muerto, en el barro.
Pero me dijo:
-Algún día podés encontrarte como estoy yo. Iba a mi casa, al otro lado del aserradero de don Pedro López Segura, donde fui motorista cuando tuve los sueños. Manejaba la caldera en aquel tiempo de los sueños. Iba a mi casa y pensé: “¿No será el que estoy esperando?”
Por eso volví a atrás:
-Procurá no morirte. A la tarde te ayudaré.
Un camionero dijo entonces:
-Yerba mala nunca muere.
Él ni nada. Como muerto. Y semejante mugre. Llegué a mi casa y dije al Señor: “Si es éste, hacémelo saber”. Tres, diez veces, veinte pedí: “Si éste es, que yo lo sepa”. Y nada no pasó. Ni paró la lluvia. Puse a cocinar el pescado, y nada. Tenía un trabajo urgente, hice mi trabajo. Fui a buscar a aquel caqui.
Los camioneros estaban en el almacén de Gómez esperando que parara la lluvia. “Ahí va Vega”. Otro: “¿Buscás un tesoro?”. Nada no hablé. Llevaba una hamaca para envolverlo, porque no podía caminar.
-¿estás vivo? Vine a ayudarte.
No contestó.
-¿Estás vivo? Vine, como te dije.
No contestó. Entonces pensé que me había equivocado, que no era el mandado por el Señor. “Mejor para mí –pensé-. Mejor” Iba a alegrarme. Pero vi que había abierto un ojo y que lo cerró. Entonces lo envolví en la hamaca y lo cargué en mi espalda.
Había mucho barro. Me caí. Aquel hombre se quejó. También me caí otra vez. También se quejó. Quedé lleno de barro entonces, con semejante mugre. Cuando pasamos por el almacén de Gómez los camioneros dijeron: “Ahí va Vega. Encontró su tesoro”. Y a Paqui: “Vas en carroza, carroña”.
Di una vuelta grande para no cruzar por el aserradero, llegué a mi casa, dejé a ese Caqui en un rincón, calenté la sopa de pescado, hablé al Señor. No supe con qué palabras, solamente le dije: “Aquí estoy, aquí estoy”.
Llovió mucho esas noches, llovió esos días, ya no había ropa seca, nada no había.
El Caqui era un estropeado, un paralizado, un enfermo. Yo no sabía su nombre. Le saqué las ropas y las puse al lado del fuego. Me saqué las ropas y las puse al lado del fuego. Pero el agua entraba por la puerta.
Dijo:
-Algún día podés encontrarte como estoy yo.
Dije:
-Ya estuve sucio; ahora estoy desnudo. ¿Qué más querés?
Dijo:
-Todos ustedes son sucios y desnudos. Te podés quedar duro, y hacerte encima las suciedades; tener hambre y morder el bocado en la tierra. Y tener a las mujeres con el pensamiento. Es lo que te digo. Así podés quedar. Así quiero verte.
“Aquí estoy, aquí estoy”. Di la sopa de pescado a aquel hombre y se quedó dormido en el rincón. Dormido, en aquel rincón.
Dije al Señor: “No dejes que me arrepienta”.
Al otro día entraron los camiones en el aserradero. Traían cedro, quebracho, lapacho, palosanto, algarrobo, pacará, mora, palo amarillo, palo blanco, incienso. Cargaron las tablas y se fueron para Salta.
Había sol ese día, y Mauricio Suárez bajó con las otras a la canilla del agua. Yo estaba con mi botijo buscando agua. Y me habló:
-Las cosas van mal. ¿Cuándo vas a volver?
-Ya sabés que no puedo volver. Ya no voy a volver a ese campamento. Ya no vuelvo a esa misión.
-Se vamos a morir todos si no volvés.
Yo me tapé las orejas y me fui con el agua. Las mujeres se rieron. Por el camino dije al señor: “¿Hasta cuándo tanta mala sangre?¿Hasta cuándo?” Lo decía por los paisanos, tanta miseria, y por mí, tanto dolor.
Paqui siempre dormido en su rincón. Y tuve un pensamiento: “¿No he visto a este hombre en alguna parte?”.
Yo soy Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, el del camino largo. Cuando he viajado en ómnibus a la ciudad de Orán, he mirado y he dicho. “Aquí descansamos, aquí paramos”. Allí mi padre, ese hombre bueno., allí mi madre, esa mujer animosa con el hijo de encargue, allí tantos kilómetros saliendo del Pilcomayo a pies hicimos por la palabra del misionero. Allí mis dos hermanos. Allí yo, Eisejuaz, Éste También, el más fuerte de todos. Veo y digo: “Aquí se descansamos, aquí paramos”. Los lugares no tenían nombre en aquel tiempo.
He visto esos lugares desde el ómnibus una vez, cuando fui a la ciudad de Orán a pedir el primer consejo, en aquel tiempo en que tuve los sueños. Pero llegó un día en que no fui a ninguna parte: ni a Orán, ni a Tartagal, ni a Salta, ni tampoco trabajé más en el aserradero. Hice la casa de paja colorada pasando las vías del tren, y esperé el momento que el señor me anunció. Esperé al que me iban a ma